Esta tarta me la encargaron para un día muy especial. Susana, prima de mi novio, vive en Barcelona, y un día me llamó porque quería dar una sorpresa a su madre. Se iba a presentar en su casa sin decirla nada y me encargó una tarta para regalársela por el Día de la Madre. Me dijo que la eligiera yo, que confiaba en mí y que cualquiera que hiciera iba a estar riquísima.
Esta tarta la habré hecho cerca de diez veces, está deliciosa. Es de esas tartas que siempre sale perfecta, y nunca te cansas de hacerla porque su sabor es único y no te puedes conformar con probarla una sola vez.
Es algo trabajosa de hacer, necesita su tiempo, pero creerme cuando os digo que merece la pena.
Tiene tres bases de bizcocho de limón y vainilla, rellena con una capa de nata y otra de trufa...¡ummm!...se me hace la boca agua. El bizcocho lo emborraché con un almíbar ligero y la cubrí con una preparación de yema a base de yemas de huevo, agua, limón, canela, leche... que había hecho anteriormente para que se enfriara. Una vez cubierta toda la tarta con la mezcla de las yemas se espolvorea con azúcar...y aquí llegaba la mejor parte...quemarla con un soplete (de cocina...a ver si os vais a pensar que utilicé uno como el que se usa en las matanzas, aunque rápido iba a ser desde luego XD). No os podéis imaginar el olor que desprende a azúcar tostada...se ve como se deshace poco a poco y va tomando ese color tostado que hace que esta tarta sea una delicia.
Con la nata que me había sobrado del relleno hice unos adornos alrededor de toda la tarta con la manga pastelera, y el resultado fue este...
Quedaron encantados, su madre se llevó una gran sorpresa. Y aunque la tarta era especialmente para ese día, ella y sus hermanos no pudieron resistirse y la tuvieron que partir el día antes.
Si lo llego a saber, le hago dos...XD
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