Hay ocasiones en las que nos deberíamos olvidar del valor material de las cosas y resaltar más lo puro y personal de nuestros sentimientos, que aunque a veces cueste, siempre es posible. Y parece que estas fechas nos hacen a todos ser mejores personas, pasamos más tiempo con la familia, nos reunimos con amigos que hacía ya tiempo que no veíamos...Pero a parte de todo eso siempre podemos hacer algo que haga que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos.
Esta tarta puede ser bonita o fea, puede estar rica o no, pero lo que sí se es que es de las más especiales que hasta ahora he hecho. Por fuera quizás no se transmita el valor que tiene pero os aseguro que es incalculable.
Detrás de todo esto no se encuentra una sola persona, son varias a la que va dirigida, cada una de ellas con sentimientos y pasados diferentes, viviendo su día a día como cualquier persona, con sus más y sus menos...pero todas con algo en común, un corazón inmenso.
He querido tener este detalle con las Hermanas del Convento de San Miguel, son ya muchos los años que mi familia y yo mantenemos muy buena relación con ellas, y dado que les prometí llevarles algo para que lo probaran, qué mejor que una tarta con el Escudo de su Orden.
Yo sabía que les iba a hacer muchísima ilusión, porque además no se esperaban nada. Pero claro, una cosa es lo que me podría imaginar yo y otra cosa es lo que allí vi y pude presenciar cuando se la llevé. Por mucho que os diga, por mucho que os explique con detalle la cara que puso cada una de ellas, jamás os podréis hacer una idea de cómo me sentí. Me acompañó mi padre, y el recibimiento fue inmejorable. No faltaron besos y palabras de agradecimiento de todas, se les llenaba los ojos de lágrimas al verla, y eso de verdad, no hay dinero que lo pague.
Ahora me toca a mí darle las gracias a ellas, por su afecto, su cariño, y por hacer que un día que parecía ser normal se convirtiera en un día inolvidable.
De corazón, a todas...¡FELIZ NAVIDAD!
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